Les quiero contar mi historia, es totalmente real excepto por las partes que soñé.
Era pequeña, creo que quinto año de colegio, sentada en mi asiento poniendo atención a la profesora que nos explicaba sobre poesía, novelas y otras cosas que no recuerdo. Mientras anoto lo que está en el pizarrón intento que en mi cuaderno quede todo perfecto, con los subrayados de colores, y alguna que otra flor en la esquina de la hoja, claro que de vez en cuando olvido no pasar del margen derecho y tengo que borrar y escribir de nuevo.
Es un caluroso día de inicios de verano y los moños de mi pelo ayudan a mantener la cabeza fresca, cosa que necesito para la siguiente clase de matemáticas. Lenguaje, idiomas, todo lo que sea letras me fascina, pero números y símbolos no son lo mío. Mi padre es contador y les puedo asegurar que la profesión no es hereditaria.
Aunque parezca lo contrario soy introvertida, lo fui de pequeña y lo sigo siendo ahora que tengo... veintipocos.
Recuerdo claramente que en esa clase de lenguaje de pronto golpearon la puerta de la sala, la profesora fue a abrir, cruzó unas cuantas palabras con alguien y luego dejó entrar a un niño, alto en comparación al resto de los niños de mi curso, ojos verdes y con algunas pecas. Fue la primera vez en que encontré guapo a un niño.
Mientras la profesora lo presenta como Colin, mi subconsciente anhela que se siente a mi lado, algo que, al estar yo sentada justo en medio de la sala de clases, se torna bastante difícil. Finalmente la profesora hace algunos cambios en los puestos, mueve niños de acá para allá y Colin queda justo en el pasillo de enfrente mio, una fila adelante, a mi derecha. Esto me da visión de su perfil y su ondulado cabello castaño sin que él se de cuenta ¡Bendita profesora! La mala noticia es que Estefanía, la niña popular del curso, es ahora su compañera de banco, sonriente ¡Maldita profesora! Colin mira a todos lados con curiosidad y la barbilla en alto, sin llegar a parecer pesado ni engreído. Creo que acabo de saber qué es el amor a primera vista.
Es buen conversador, atento, educado y acepta participar prácticamente en todos los juegos a los que lo invitan. Poco a poco nos cuenta que viene de otra ciudad, su padre es diplomático y su madre dirige una ONG (a esa edad no sabía lo que era, pero sonaba como algo importante); el ser nuevo en la escuela sumado a sus habilidades para ciertos juegos, la lectura y las matemáticas lo hacen popular rápidamente.
El tenerlo cerca me da cierta ventaja para poder hablarle de vez en cuando, pero Estefanía está empezando a venir a clases todos los días con una trenza porque él le ha dicho que le queda bien. Con mi pelo corto es imposible usar trenzas así que debo investigar qué otras cosas le gustan.
¡Le encanta la lectura, igual que a mi! Cada vez que la profesora de lenguaje pide que alguien lea una o dos páginas es el primero en levantar la mano. Lee bastante bien y usa entonaciones que me sumergen en el relato, pone el énfasis preciso de cada frase y juega con el volumen de su voz de manera perfecta. Cada vez que él lee la historia parece hacerse realidad ante mis ojos.
Creo que todos en el curso sienten lo mismo, porque ya casi nadie quiere leer y dejan que él lo haga, y la profesora lo permite porque parece que también le gusta como lee y lo felicita constantemente.
Con el transcurso de los días, y gracias al gusto común de la lectura conversamos cada día más, intercambiando opiniones de los libros que hemos leído. Intento no demostrar que me gusta, como lo hacen otras de las chicas. Me cuenta que le gusta la lectura porque desde que era un bebé su padre le lee antes de dormir, me cuenta sin sonrojarse que aún lo hace y a él le encanta. Cada aventura de cada historia le hace soñar despierto, imaginando que él es el héroe del relato, el que rescata o despierta a la princesa, el que cruza los siete mares recogiendo tesoros, el que viaja a la luna para conocer a los selenitas. Me cuenta que todo está en la forma en que utilizas la voz: un excelente relato se puede convertir en un tremendo fastidio si lo relatas sin ánimo.
El martes de la semana siguiente mi madre me dejó en el colegio más temprano de lo normal porque debía hacer algo en su trabajo, casi sola en el colegio me asomé por la reja para entretenerme ver pasar la gente y ver llegar otros niños. De pronto llega un automóvil verde, pienso que es un color extraño para un auto. A través de su ventanilla alcanzo a ver a Colin leyendo un libro. Cuando el auto se detiene guarda el libro, se asoma al asiento delantero para despedirse con un beso del señor que conduce, luego abre la puerta, baja con su mochila y se dirige caminando a la entrada del colegio.
Me acerco a la puerta para saludarlo, pero pasó caminando tan rápido que no me vió, tuve que correr tras él mientras casi grité su nombre. Se gira y me saluda con una gran sonrisa. Mientras caminábamos juntos a nuestra sala le pregunto por el señor del automóvil, dice que se llama Ernesto y es su padre, su madre se llama Clementina. Le cuento que mi padre se llama también Ernesto y mi madre Agustina. Como es aún temprano reímos un buen rato por las coincidencias y parecidos, hablando de nuestros hermanos, tíos y demás familiares buscando más locas coincidencias y contándonos pequeñas anécdotas familiares. Es el momento en que dejamos de ser compañeros de curso y pasamos a ser amigos.
Llega el final del año escolar y Colin es el mejor en varias de las clases, es atento y amable con todos y recibe varios de los premios que entrega el colegio a los alumnos más destacados. Mientras, sigo soñando con sus tremendos ojos verdes que me envuelven cada vez que hablamos.
Pasan los años, yo lo apoyo en historia y lenguaje, y él me apoya en ciencias y matemáticas, nuestra amistad va creciendo y madurando, He salido con algunos chicos pero ninguno como Colin. Las chicas parecieran hacer fila para salir con él, ha aceptado salir con algunas de ellas -nunca hay una segunda cita-, y a la mayoría las rechaza amablemente o arma un grupo de amigos para salir todos juntos y que no quede como una cita con una chica en particular.
Siguen pasando los años, ambos entramos a la universidad, coincidentemente (guiño, guiño) la misma universidad, aunque carreras distintas; él en Filosofía, yo en Publicidad.
El camino desde la casa de Colin a la universidad no pasa muy cerca de mi casa, pero de todas formas nos reunimos en un lugar central para llegar juntos ese primer lunes de clases. A pesar de ser carreras totalmente distintas me encontré con la grata sorpresa que tenemos una asignatura en común (inglés, que a ambos se nos da bien). No es gran cosa pero es donde decido mantener la cercanía aunque de manera no tan evidente. Hace tiempo asumí la cruda realidad: para él sólo soy una muy buena amiga, también que él siempre será mi amor platónico.
Nos despedimos, nos deseamos buena suerte, y nos dirigimos cada uno a su primera clase.
Dos días, el miércoles, es el día de la clase de inglés, la primera del día. Cuando entro al salón y lo veo sentado lo primero que noto es que, como ya es inevitable, hay dos chicas mostrando abierto interés, una de cada lado. Sus ojos expresan una mezcla de fastidio y de desesperación por la situación, pero al verme noto que sus ojos se iluminan por la esperanza de ser salvado. Sale de su boca un “¡Nana!” Que pareciera a su vez salido de su alma misma. Al escucharlo mi corazón se detuvo por varios segundos, pero hago como si nada, le devuelvo la sonrisa y maliciosamente sólo lo saludo con una sonrisa, paso por el lado de ellos y me siento justo detrás de él, tal como cuando éramos pequeños, mientras las chicas me lanzan llamas por los ojos al notar el entusiasmo de Colin al nombrarme.
Unas semanas después, y luego de una larga noche de estudio para una prueba importante, apenas entro en la universidad comienzo a sentirme enferma, el estómago me duele terriblemente, sigo caminando buscando un lugar donde sentarme hasta que el dolor pase pero todos los asientos están ocupados por quienes también vienen llegando y hurgan entre sus bolsos intercambiando apuntes. A unos diez metros veo un grupito que se levanta de un asiento y me dirijo hacia allá.
Me siento realmente mal, al tocar mi frente siento la piel caliente y el sudor frío. Saco mi botella de agua y bebo lentamente, esperando que eso alivie el malestar. A los pocos minutos el dolor de estómago es menos intenso y me levanto, no quiero perderme la clase de inglés, porque aunque me va bien estoy segura que el profesor me odia porque me atreví a corregirle una palabra en la primera clase.
Subo las escaleras lentamente hasta el segundo piso y entro en la sala con un leve malestar, pero al cruzar el umbral siento nuevamente una punzada tremenda en el estómago, apenas y logro acercar una silla vacía -el profesor no había llegado y estaban casi todos de pie conversando-, me siento en ella y el dolor me hace doblar sobre mí misma quedando casi como un rollito, mi bolso cae al suelo soltando un par de cuadernos y la botella de agua sale rodando hacia un lado. Los compañeros de clase que me vieron empezaron a preguntarme qué pasaba, yo casi no podía hablar y apenas pude hacerme entender sobre el gran dolor que sentía, todos se miraban unos a otros sin saber qué hacer. Me sentía desfallecer y todo empezó a darme vueltas.
Alguien dijo que debiera ir a la enfermería -obvio chico, que no quiero estar aquí todo el día viendo tu cara de estúpido-, pensé, pero no pude articular palabra. De pronto, entre la bruma de sombras que alcanzaba a ver, aparece Colin, se agacha y me pregunta si me podía levantar, moviendo la cabeza dije que no, y él, sin pensárselo dos veces, ¡me tomó en brazos, me bajó los dos pisos, y llevó hasta la enfermería! Yo apenas podía darme cuenta de lo que pasaba, aferrada a su cuello su suave aroma ahora lo tenía más cerca que nunca. Lástima que mi estado fuera lo menos romántico que existe.
Cuando llegamos a la enfermería Colin me dejó suavemente en una camilla que había. Una señora me hizo mil preguntas y Colin, que no se despegó de mi lado, pudo responder muchas de ellas de todos los años que nos conocíamos (si esto me ocurría de manera frecuente, si estaba estudiando demasiado para haber llegado a un nivel alto de estrés, si era alérgica a algún medicamento que pudieran darme para aliviar el dolor, etc). Cuando todo eso estuvo aclarado le pidieron que volviera a su clase, que apenas ella se sintiera mejor la dejarían volver.
Pasaban los minutos y a pesar que me dieron un analgésico -aunque suave- el dolor se mantenía. Llamaron a mis padres para informarles, obviamente se preocuparon pero mi padre estaba de viaje y mi madre cuidando a mi abuela no podía dejarla sola, en la práctica no eran de utilidad este día.
Luego de una hora Colin volvió para saber qué pasaba, estaba preocupado porque nunca me había visto así. La enfermera de la universidad, por protocolo, no podía hacer mucho más desde un punto de vista médico, tampoco podía dejar su puesto para llevarme a un hospital, pero tampoco quería dejarme que saliera sola en esas condiciones. Dado que mis padres no podían ir a buscarme y yo no podía seguir soportando el dolor la enfermera decidió llamar una ambulancia.
Cuando llegó, Colin me ayudó a levantar, viendo que me sostenía en pie me rodeó la cintura con su brazo y me llevó afuera, los enfermeros me acostaron en la camilla y en ella me subieron a la ambulancia. Cuando Colin subió a la ambulancia el doctor le pregunta quién es y él responde tranquilamente “su novio”. Entre el dolor de estómago, el fuerte sonido de la sirena, la velocidad a que iba la ambulancia, y el estupor por escuchar la palabra “novio” apenas noté que Colin a mi lado tomaba mi mano entre las suyas.