La idea familiar
Las letras pasan raudas por mi mente que no logra atraparlas ni menos ordenarlas, las ideas dan vueltas sin sentido, tratando de apoderarse de las mejores frases disponibles, ideas acechándose entre ellas, estudiándose unas a otras, ganar la batalla es importante porque la mejor llegará al texto final.
Los signos de puntuación observan expectantes los acontecimientos, a la espera de saber a quién acompañarán al podio de fondo blanco.
Mi cerebro inquieto busca refugio en los audífonos, y por las amplias ventanas de un podcast de poesía ahora me inundan versos de colores mientras las frases, sin entender nada, van tropezando unas con otras, y con el miedo de convertirse en una maraña de letras sin sentido comienzan a esconderse detrás de los signos de puntuación, que miran impávidos cómo por el campo de batalla mental escurren ríos de tinta que dan cuenta de los pocos caídos en combate.
De pronto, desde el umbral del podcast aparece una luz de esperanza cegadora que deja a todos pasmados, petrificados, inconclusos en su afán de hacerse notar.
La luz, mientras avanza, lo domina todo, subyuga todas las ideas, todas las palabras, todos los colores, los que, un poco más calmados, empiezan a deambular por entre las frases que miran con afán esa luz, deseando ver qué pasará.
Esa luz arroja sus tentáculos sobre las ideas y las va limpiando y enderezando hasta tenerlas alineadas como, según cuenta la leyenda, se formaban los niños en el colegio al tocar la primera campana matinal. Esa luz, esa idea magistral tiene un propósito concreto y lo sabe, mi mente también lo sabe y se deja llevar.
Lentamente esa luz va enviando por el camino del teclado una a una las frases, hilando una historia nunca antes leída, intercalando de vez en cuando signos de puntuación, entregando algunos acentos y acicalando una que otra palabra.
Por fin el lienzo blanco de la pantalla está casi completo, ya se está escribiendo la historia de cómo la familia comienza una nueva reunión anual.