Me encontraba con la mente perdida, divagando entre las nubes con forma de ovejas y elefantes, cuando de pronto veo pasar un avioncito de papel, de esos que yo hacía no hace mucho, lo sigo con la mirada y veo que hace varias piruetas antes de girar y volver por donde había venido, me doy media vuelta y veo que sigue volando, pasa frente a otras dos casas, se detiene en el aire, gira a un lado y al otro como queriendo decidir por dónde continuar su viaje; de improviso da una triple voltereta invertida para entrar directamente por la ventana del segundo piso de una casa verde con reja amarilla, de esas rejas que tienen fierros y tapadas con maderas, que casi no dejan ver hacia el interior.
Lo único que me sorprende es que nunca me había fijado en el tremendo árbol que había en el jardín de esa casa, quizá porque los dibujos de dinosaurio en la reja distraen la atención de lo que está tras ella. Quizá simplemente el árbol apareció de la nada, igual que el avioncito.
Intento recordar quién vive en esa casa, y lo único que viene a mi mente es una niña de trenzas que conocí cuando chico, aunque debe ser porque el color de su pelo se parece al de la reja.
Cuando me acerco a la casa para ver quién había lanzado o recibido el avioncito de papel veo de nuevo los dibujos de dinosaurio, que extrañamente están tomando el té, claro, uno nunca se imagina que los dinosaurios toman el té, pero tampoco se imagina que pueden estar discutiendo por quién se comerá el último trozo de pastel que queda en la mesa, que también está dibujada. Intento preguntarles el nombre de las personas que viven en la casa, me miran, me ven de arriba abajo como si quisieran saber quién soy o de dónde salí, me dicen que no los moleste, que están en una situación delicada que debe resolverse prontamente. Uno no quiere que un dinosaurio se enoje con uno, menos va a querer que dos de ellos se enojen, así que les pido disculpas y me alejo lentamente.
Como no quiero quedar con la duda, doy la vuelta completa a la manzana, que es bastante grande, imagino que es porque los dinosaurios necesitan mucho espacio para poder hacer lo que sea que hagan los dinosaurios en su tiempo libre. Al llegar nuevamente frente a la casa veo que los dinosaurios dibujados ahora están durmiendo la siesta, y como no quiero despertarlos me acerco de puntillas lentamente, como las bailarinas de ballet. Me asomo por una rendija en la reja y veo la casa verde, tiene una puerta marrón con dos ventanas pequeñas, una a cada lado, un foco de esos que se prenden automáticamente cuando está oscuro, unas pequeñas flores dibujadas en la pared de la casa que se mueven con el viento, el imponente árbol justo en medio del jardín, donde en su tronco el dibujo de un gato va escalando penosamente, en otras palabras: nada fuera de lo común, excepto por el avioncito de papel.
Susurro un “¡Hola!” que apenas yo mismo escucho porque no quiero despertar a los dinosaurios; como nadie se asoma por las ventanas o la puerta decido que debo entrar, esto del misterio del avioncito de papel ya se está transformando en una obsesión. Me acerco a la puerta de la reja, empujo y se abre lentamente, menos mal que está bien aceitada y no suena. Entro en el jardín, el dibujo del gato descansa tranquilamente en una de sus ramas, avanzo unos pasos y el gato me sigue con esa mirada tan felina que tienen los gatos; creo que el único tipo de gato que no tiene mirada felina es el pez gato, ése tiene una mirada más de pez. Avanzo otro par de pasos y las flores se detienen aunque sigue corriendo algo de brisa, como no quiero que se asusten me tapo la cara con las manos, como hacen los niños pequeños cuando quieren esconderse, y parece que resulta porque separo un poco los dedos y veo que ya se mueven de nuevo, eso me da confianza para seguir a paso firme hacia la puerta.
Ya frente a la puerta busco el timbre pero no hay, tampoco hay aldaba o campana, ni siquiera un loro que anuncie la llegada de los visitantes, como se estila en estos tiempos, pero como cada quien tiene sus gustos me veo obligado a usar lo menos común: golpear la puerta con los nudillos; por supuesto tiene que ser la izquierda, porque me acuerdo claramente que golpear con la mano derecha da mala suerte, y no quiero que mi mala suerte comience con dos dinosaurios cerca.
Luego de golpear la puerta siento unos pasos dentro de la casa, retrocedo un paso, sólo para estar seguro, y al abrirse la puerta veo un señor de cabeza, es decir, caminando sobre el techo, pienso que ésto sí que es algo extraño, no es algo que se haga en esta época del año, pero sin embargo este señor se ve de lo más natural en esa posición. Me dice unas palabras que en principio no entiendo, luego me acuerdo que como está de cabeza las palabras también le salen al revés, intento concentrarme para desordenar en mi cabeza lo que dijo el señor, lo miro y veo que su rostro refleja impaciencia, como esperando la respuesta a lo que sea que me haya dicho, estando en esto el señor da un salto con un giro de media vuelta y queda parado normalmente frente a mi, con los pies en el suelo y la cara unos cuantos centímetros sobre la mía.
El señor repite las preguntas “¿es que acaso no sabes la hora que es? ¿qué quieres?”, ahora que entiendo perfectamente lo que dice, sin embargo me sorprende que me pregunte la hora, porque son las dos y media de la tarde y no veo inconveniente, ya pasó la hora de almuerzo y todavía no es la de la siesta, luego me doy cuenta que si estaba al revés dentro en su casa seguramente son las dos y media de la noche, le explico y pido disculpas por mi confusión, pero que sólo quería saber qué había sido de ese avioncito de papel que entró por la ventana superior hace un rato atrás.
Me mira extrañado, abre los ojos, los cierra un poco y me parece que tiene cara de sospechar algo, me responde que seguramente es de su hijo, hace poco le regaló un kit especial de aviones de papel modelo KWS-42, ultimo modelo, y me invita a pasar. Pienso que me puedo meter en un lío si entro, pero recuerdo que siempre nos enseñan en el colegio que las personas que caminan por el techo en horarios poco comunes son de fiar, y con esto como escudo entro en la casa. Lo bueno es que el señor lo hace caminando normalmente, es decir, sobre el piso, por el contrario, si él hubiese entrado caminando por el techo, por buena educación yo debería hacer lo mismo; a mi me gusta caminar por el techo, sin embargo siempre que lo hago tengo que sacarme el gorro para que no se me caiga, ya he perdido unos cuantos por olvidar hacerlo.
Cuando el señor me pregunta si quiero subir a jugar con su hijo le respondo inmediatamente que sí, no faltaba más. Me señala las escaleras con un dedo como indicación del camino que debo seguir; al girar hacia ellas el señor inmediatamente da un salto igual que el anterior, pero para atrás, queda parado en el techo y se va caminando perezosamente.
Mientras subo las escaleras veo en las paredes varias fotos, todas de niños jugando con aviones de papel, se ve que son una familia amante de los aviones de papel. Incluso tienen uno de ellos enmarcado en un marco dorado, un avión desdoblado pero que sigue conservando la marca de los pliegues, sin duda un ejemplar de colección.
Cuando me faltan dos peldaños para llegar al piso superior pasa raudo sobre mi cabeza un avioncito de papel llevando amarrado tras de sí algo que parece un pequeño recipiente, también de papel; el avión gira a la derecha y desaparece de mi vista, sin duda lleva prisa. Subo los dos últimos peldaños de un salto y trato de orientarme para saber si debo ir a la izquierda, al frente o a la derecha, miro a todos lados y un ruido llega desde mi izquierda, avanzo un par de pasos en esa dirección cuando escucho un sonido “cuic, cuic”, ¡claro!, todo niño aficionado a los avioncitos de papel tiene el piso adornado con sonidos de patitos de hule. Un niño se asoma por la segunda puerta del pasillo, me hace señas para que vaya rápido, corro hacia él porque también me han enseñado que no se debe hacer esperar a quien te llama con tanta urgencia, los “cuic, cuic” retumban por todo el pasillo.
Al entrar a la habitación del niño lo primero que me llama la atención es la cantidad de aviones de papel volando casi a ras del techo, en perfecta armonía y sin chocar, de diversos colores, tamaños y formas, girando de un lado a otro. El niño me mira, ve mi sonrisa y él también sonríe ampliamente y deja ver su dentadura blanquecina con un agujero donde debía ir uno de ellos, parece haberlo perdido hace poco porque no se ve que haya algún otro saliendo en su reemplazo. El ratoncito de los aviones debe haberle dejado una buena propina a cambio de ese diente. Esto me hace recordar la cantidad de ratoncitos que existen, al menos en el mundo conocido, porque antes estaba sólo el ratoncito de los dientes, que dejaba monedas a cambio de los dientes; pero como había muchos ratoncitos dispuestos a hacer regalos a cambio de dientes comenzaron a surgir el ratoncito de las pinturas, el de los lápices, el de los papeles de colores, el de las figuras para armar, etc. Seguramente a este niño le correspondía el de los lápices de colores, por la cantidad de dibujos que tenían los avioncitos que vuelan en este momento, son muchísimos y se mueven de un lado a otro, dando giros inesperados y volteretas, tanto que contarlos es imposible.
El niño me hace una seña apuntando a un avioncito de papel de gran tamaño que está justo a su izquierda, al verlo mi asombro es enorme, debe ser el rey de los avioncitos de papel, los que yo conocía de tamaño XXL son minúsculos al lado de éste, si se quisiera fácilmente podrían entrar dos niños tamaño regular y volar sobre él. El niño me mira, hace un último doblez meticulosamente en el papel de este gran avión y me invita a subir a él. Recuerdo que la primera vez que me subí a un avión de papel fue en un sueño, el avión era casi tan grande como éste, y volaba suavemente por las colinas de arena celeste que está cerca de la casa de mi tía Jacinta, pero éste es de verdad, no es un sueño. Miro al niño e insiste en que suba con él; mientras lo hago dibuja un botón rojo en el panel de controles del avioncito y al presionarlo se abren totalmente las ventanas de la habitación que dan hacia la calle. Mientras veo cómo las ventanas se abre el niño ha terminado de dibujar otros botones y palancas en el panel de controles. Me guiña un ojo, mueve una de las palancas, el avioncito se eleva y salimos suavemente por la ventana.
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