EsCKrituras: Nuevo estado civil

01 febrero 2016

Nuevo estado civil


¿A quién no le gusta la música? El ser humano es uno de los seres vivientes que pueden producir música, entre algunas clases de aves, ballenas, delfines, grillos, langostas, etc. Sin embargo los animales la producen para atraer a su pareja para el apareamiento, el ser humano lo hace por placer, creando ritmos y compases, creando instrumentos y complejas maquinarias específicamente con este fin. Los acordes provocan sensaciones de diverso tipo, dependiendo de la intención de su creador. Esto se aplica también a los animales, como se comprobó en el experimento del Zoológico del Bronx, donde los orangutanes parecían responder con agrado a la música de Caruso, incluso con algunas melodías movieron su cuerpo siguiendo el swing, al contrario de otros animales como coyotes y lobos que se mostraron asustados o intranquilos con esa misma música. En los seres humanos las sensaciones que la música produce varían desde la paz y tranquilidad hasta la euforia, pasando por alegría, pena, inquietud, optimismo, etc.

Esto se logra por un lado con la mezcla adecuada de ritmos y tonos; por lo general tonos más bajos producen sentimientos como melancolía y tristeza, y por el contrario tonos más agudos provocan sensaciones de alegría o euforia; quizás por eso Adele utiliza los tonos que científicamente son los precisos para evocar sentimientos de tristeza y soledad en el ser humano, algo que aprovecha muy bien en la canción Hello, sumado a las sombras y colores oscuros del videoclip logran de manera perfecta transmitir y reflejar su pérdida en quien ve y escucha la canción; ello le ha valido récords en ventas y en reproducciones de su canción alrededor del mundo. Queda demostrado entonces que el estado emocional de los sujetos cambia en función de la emoción que las voces reflejan.

Como vimos en el ejemplo, el mensaje que se transmite en las canciones cuentan algún tipo de historia o situación, generalmente de tipo sentimental, dentro de los que destaca el amor; y si ponemos atención a estas canciones, se podrían dividir en dos grandes situaciones, donde se habla de alguien que encuentra el amor, o de alguien que lo pierde. Éstas canciones nos presentan otro sentimiento de forma tácita: la soledad previa hasta encontrar el amor, o la soledad en que queda quien lo ha perdido. Un ejemplo claro de género musical que habla de pérdida es el Blues, que a principios del siglo pasado nació de boca de los negros traídos desde África al nuevo continente para trabajar en los campos de algodón. Los tonos bajos, tanto de los instrumentos musicales como de la voz, reflejan la pena que sienten por haber dejado a sus familias y amores, aunque intentando levantar un poco el ánimo usando los ritmos acompasados de la música nativa africana. Toda esta cadencia musical y tonal finalmente fue llevada al Rock and Roll, bastante más alegre tanto en ritmo como en las letras de las canciones, pero esto es otro tema. Podríamos explayarnos sobre el amor, pero sería casi como transcribir las canciones de las que hemos hablado para llegar a este punto.

Las historias de amor están presentes desde tiempos inmemoriales no solamente en canciones; conocemos obras antiquísimas como Fedro, de Platón alrededor de 370 aC.; o incluso antes con el poema Himno en honor a Afrodita, de Safo en el siglo V aC; tenemos obras de teatro, poemas, novelas, radionovelas y actualmente las series y películas de televisión y cine; en general todo medio que usamos para expresar historias los hacemos básicamente con situaciones amorosas, adornadas y situadas en paisajes paradisíacos, valiéndose de rayos láser, viajes en el tiempo, escapando de ogros y dragones, atravesando mares o continentes enteros para encontrarnos con el amor de nuestra vida en el Empire State, podríamos seguir con una larga lista pero nos alejaríamos demasiado del tema principal. Mejor nos abocamos al sentimiento antagonista que hemos planteado: la soledad.

La RAE define soledad, entre otras cosas, como “Carencia voluntaria o involuntaria de compañía”; luego define el término acompañar como “Participar en los sentimientos de alguien”. En términos psicológicos, y sin pretender hacer un estudio completo sobre el tema, la soledad se clasifica entre emocional y social; ésta soledad, como se indica en la definición, puede ser deseada o no, debido a las circunstancias que se presenten o no, o que se aprovechen o no. En todo caso, la soledad es subjetiva, no todos se consideran en soledad estando bajo las mismas circunstancias; algunos se sienten solitarios porque sienten que no tienen amigos o pareja, otros porque las relaciones de amistad o incluso amor son superficiales. En términos clínicos suele asociarse la soledad con la depresión, aunque genera discusión sobre cuál de ellas es la causa y cuál el efecto. Sea cual sea el caso, lo que se busca o pretende es una cura, tratamiento o solución para ella, ya que quien la padece no está conforme con las relaciones que ha entablado en algún ámbito de su vida. Debido a ello diversos aspectos de la soledad han sido analizados por los que dicen que la soledad es contraproducente y quienes dicen que no necesariamente lo es, con estudios psicológicos, psicosociales, médicos, etc. de cada bando.

Para aclarar estos conceptos tomemos como ejemplo lo que ocurre en algún viaje en transporte público, donde hay varias personas sentadas o paradas, una al lado de otra, juntas, pero no acompañándose. Recordemos que debe haber cierto nivel de comunicación que no necesariamente es verbal, una mirada o un simple gesto puede comunicar sentimientos. En el ejemplo, cuando vamos en el transporte público no estamos atentos a las personas que están a nuestro lado o enfrente, vamos absortos en nuestros propios asuntos; nos negamos a compartir un inocente y nada peligroso saludo matutino a alguien que seguramente no volveremos a ver, tememos invadir la soledad de otros y que al mismo tiempo se haga visible la propia; la consideramos tan íntima, tan impenetrable que no queremos saber de ella, la ocultamos de diversas formas, en el caso del transporte público, en forma de celular, libro o música en los auriculares.

Estamos, querámoslo o no, constantemente junto a personas, ya sea en forma de parientes, compañeros de trabajo, amistades, conocidos o desconocidos. Con ellos podemos compartir nuestros logros, nuestras actividades, pero pocas veces nuestros sentimientos, esto propicia la soledad.

La soledad la manifestamos o expresamos de otras formas, escuchando canciones que hablan de ella, leyendo libros o viendo películas que relatan historias de protagonistas solitarios, que cuando conocen su alma gemela viven felices comiendo perdices, aunque no sin antes haber vivido y pasado aventuras y desventuras.

Parafraseando algo que dijo Stephen King en una entrevista: “inventamos soledades ficticias para ayudarnos a soportar las reales”.

Efectivamente, tal como plasmamos nuestros gustos por algo que hacemos, plasmamos nuestros miedos en nuestras creaciones, es así como tenemos obras clásicas como Cien años de soledad, La mujer rota o La tregua; como ejemplo de personajes solitarios y que podríamos identificar de mejor manera tenemos El príncipe feliz, una solitaria estatua caritativa; el atormentado Bruce Wayne, solitario desde su niñez; también tenemos los solitarios de manera temporal debido a variadas circunstancias, como Chuck Noland, que para evitar la soledad entabló una extraña amistad con Wilson; también a Ryan Stone solitaria orbitando la Tierra; y más recientemente -aunque la obra original es de hace bastantes años- se hizo famoso Mark Watney, quien quedó varado en otro planeta. Estas creaciones literarias y cinéfilas nos muestran la soledad desde diversos puntos de vista, cómo nos afectan, y nos dicen que se puede salir adelante, que podemos cenar perdices.

Las historias de la vida real, efectivamente, son distintas, muchas veces se enfrentan mil y una de esas aventuras y desventuras sin encontrar siquiera alguien que podría, quizás, casualmente, en algún momento del futuro lejano, quitarnos, o evitarnos, o alejarnos, de la soledad. A veces encontramos ese alguien, nos casamos, firmamos los papeles respectivos, seguramente vamos a la iglesia que más nos acomoda a recibir una bendición, pero muchas veces termina no siendo el alguien correcto y la historia de soledad empieza de nuevo, siguiendo o no junto a ese alguien. Junto, no acompañado. No hay perdices.

Nos damos cuenta que mucho se habla de la soledad, pero nadie, o muy pocos, quieren reconocerla como propia, como un sentimiento predominante o al menos como parte relevante en su vida actual. La soledad se oculta, es mal vista: algo malo debemos tener para no lograr compañía, para, expresándose con las mismas definiciones, que no haya alguien con quien compartir nuestros más íntimos y profundos sentimientos. Para evitar esa sensación de estar solos frente al mundo, usamos las redes sociales de moda donde mostramos a todo ese mundo, literalmente, cuál fue nuestro almuerzo hoy, esperando conseguir muchos likes o corazones o estrellitas, sentir que alguien nos ve, nos lee, que de un modo u otro le importamos aún sin conocernos, olvidando que ese almuerzo no se hizo en mayor compañía que el garzón que nos lo trajo, si es que había garzón y no era alguien tras el mesón donde nos entregaron la bandeja de comida rápida, esa bandeja que quedó para la posteridad llena de comentarios de nuestros seguidores.

Sin embargo no todo lo relacionado con la soledad es algo malo, de hecho en ocasiones puede ser un gran impulsor de ideas y creaciones en ámbitos no del área de las artes, sino más bien con forma de artilugios que se venden como fórmulas mágicas, aunque más de uno podría, no sin razón, dudar de la efectividad de alguno. Tenemos invenciones como por ejemplo el teléfono -y todos los medios de comunicación de él derivados- para hablar con otras personas mientras estamos lejos de ellas; la cámara frontal del celular, que no necesita mayor explicación; el Tazón Ramen, que tiene un espacio para poner el celular frente a nosotros; y más aún esa chaqueta Like-A-Hug que te da un abrazo cada vez que dan Me gusta a una publicación, seguramente la que tenía la foto del almuerzo.

El mundo moderno, a lo largo de los años, ha podido avanzar aceleradamente dados los conocimientos que se han adquirido en diversos campos de las ciencias, estamos llegando, o quizás ya hemos llegado, al momento en que debemos abocarnos más profundamente al conocimiento humano, de las condiciones que nos hacen humanos, de los sentimientos que nos hacen humanos. Hemos avanzado ya mucho en términos de aceptarnos y respetarnos tal cual somos, tanto que en muchos lugares del mundo se aceptan las preferencias de las personas en todo ámbito, cambiando y extendiendo las definiciones y condiciones de, por ejemplo, las adopciones, permitiéndose que dos personas del mismo sexo adopten, o antes que eso, del matrimonio mismo, incluyendo parejas del mismo sexo; llevando aún más lejos este concepto, hemos visto a Yasmin Eleby que se casó con ella misma porque no llegó el amor de su vida en un plazo que se impuso; o mejor aún, Nadine Schweigert se casó consigo misma porque se dio cuenta de que podía ser feliz en su soledad, que no necesitaba de otras personas; y ya que estamos, por qué no mencionar a Liu Ye, que se casó con una foto de sí mismo de cuerpo completo, en tamaño natural y vestido de mujer. Éstas personas comen perdices en mesa para uno.

Habemos los que comemos en mesa para uno mientras se turnan las canciones de Adele y B.B. King; no me he casado conmigo mismo, si eso es lo que imaginas, estoy casado con una mujer, de la forma tradicional, incluyendo una argolla que fue bendecida en la iglesia de la esquina hace ya un tiempo, donde estuvo presente El Danubio azul de Strauss seguido de El galeón español de La sonora Palacios. La rutina dirán unos, los hijos dirán otros, falta de comunicación dirán otros tantos, puede ser una suma de éstas y otras cosas, yo no sé si esas serán las causas o las consecuencias de la soledad aún estando casado; como dije, no pretendo entrar en discusiones psicológicas, tampoco filosóficas. Las perdices salieron volando apenas nos sentamos, juntos, a la mesa, cuando los primeros acordes de la melodía del amor eterno comenzaron a escucharse poco a poco más lejos. Pasaron los días, meses, años, y en la radio suenan canciones, al menos a las que pongo atención, cada vez más tristes, lentas, incluso lúgubres.

Entre todo el pasar de la existencia, aparece una melodía alegre y acompasada, vivaz, llena de colores y con una suavidad de terciopelo ¿será que de pronto me volví sinestésico? Colores que se transforman en una luz, la luz de un fuego que enciende mi interior y comienza a cocinar mi corazón con la llama de la pasión. Esta mujer -si, es una mujer- aparece repentinamente como un recuerdo de época escolar al escuchar una canción ochentera hablando del amor encontrado. Se desestabiliza mi vida, mi rutina, se despiertan mis sentidos. Los encuentros son fugaces, furtivos, dulces, apasionados, llenos de música alegre y veloz, casi tan veloz como la ropa que vuela por los aires en algunos de esos encuentros; las cenas son acompañado, una melodiosa compañía, la mesa está servida para dos aunque las perdices de los platos no irán a las redes sociales.

Luego de unos cuantos encuentros se revelan las complicaciones, se pierde la armonía, comienzan las exigencias, las intenciones de esclarecer las circunstancias que entorpecen de una forma u otra esta relación, y culmina con la infaltable lista de preguntas capciosas que intentan arrancar una respuesta comprometedora acerca del futuro. No tengo intenciones de cumplir los requisitos de una lista, mis intenciones... no sé cuales son, pero ciertamente no quiero que esta agradable música se transforme en armonías melancólicas ni menos en ruidos estridentes, que de ambas ya tengo bastante en mi vida. Quizás en el fondo soy como los jazzistas, que al improvisar un triste solo de piano lo hacen desde la región mesencefálica profunda del cerebro, conocida como sustancia negra, que es la encargada de los mecanismos de recompensas, generando un gran placer. Paradójico que al ser humano le cause placer un sentimiento triste. Ante esto me niego a darle falsas esperanzas, que por cierto nunca he dado, mi mente pone los paños fríos y sofoca esa llama, saco mi corazón de ese caldero antes de que sea demasiado tarde. Corto toda comunicación, ya no le doy like a sus fotografías diarias del almuerzo, ya no existen las melodías alegres de los encuentros. Vuelvo a mi vida en soledad, junto a mi esposa, a la rutina del intercambio de palabras trivial y obligatorio. B.B. King se acaba, empieza John Lee Hooker. Para mi, para nosotros, debiera existir un nuevo estado civil: Juntos.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario